ALL STAR SUPERMAN «No leas cómics de superhéroes. ¡Sé un superhéroe!»

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En lo personal, cuando era un niño, adoraba a superman. Su figura, su poder, su determinación, su bondad y su deseo irrefrenable de ayudar a los demás hicieron que me enamorase irremisiblemente del personaje. Todavía puedo recordar vagamente, como llegué a creer que yo también podría ser un superhéroe y realizar grandes proezas, algo dentro de mí me decía que quizá algún día yo también podría volar y lanzar rayos por los ojos, tal vez en algún momento de mi vida yo también pudiese explorar nuevos mundos y luchar contra poderosos villanos. Y es que, hay instantes de nuestra niñez en los que somos capaces de percibir un “sentido de la maravilla”, en los que podemos experimentar una capacidad de asombro que el tiempo irremediablemente acabará diluyendo.

Y, precisamente, en esencia, es ese “sentido de la maravilla” al que apela el guionista escocés Grant Morrison en la obra que nos ocupa.

Es cierto que, visto ya con la mirada de un adulto, la figura de alguien como superman puede resultar cargante; demasiado bueno, demasiado poderoso, demasiado guapo, demasiado perfecto y defensor de un modelo de vida, el norteamericano, que como cualquier lector medianamente crítico sabrá, esta (en muchos casos) sustentado por la doble moral y la hipocresía más recalcitrantes.

Por otro lado, tampoco es menos cierto que, posiblemente, no exista hoy en día género más trillado, explotado y saturado en el mundo del cómic que el de superhéroes.

Pero, dicho todo esto, si superamos estos prejuicios iniciales y nos sumergimos en “All star Superman” accederemos a todo un universo nuevo, a desconocidos mundos repletos de fantasía en los que la imaginación carece de límites.

En esta aventura del hombre de acero se hace patente el ideal básico que impulsa las historias de superhéroes de  Grant Morrison. Por un lado, si Alan Moore trató de humanizar a los héroes enmascarados, de hacerlos más reales y de acercarlos a las miserias humanas, el escocés, por su parte, trató de recorrer el camino opuesto. Los superhéroes de Morrison, son héroes épicos con mayúsculas, dioses viviendo entre nosotros. Y es que, de algún modo, la colosal empresa que se ha propuesto el guionista es la de acercar nuestra realidad a la de los superhéroes.

Para ello, el cómic toma como base el concepto del mito, pero un mito desligado de cualquier connotación religiosa. Morrison considera los mitos, no como símbolos a los que adorar, sino como espejos en los que mirarnos, como referentes, como destinos a los que tratar de caminar, el planteamiento sería algo como: no adores a un mito, trata de ser como él.  O, extrapolado al cómic: no te limites a leer comics de superman, trata de ser como él, trata de imitar lo bueno de ese personaje/mito.

Y esto nos lleva a las dos teorías contrapuestas que, en esencia, rigen todo el tebeo. La visión positiva y la negativa del héroe de Metrópolis.

La negativa, sería la de su archienemigo Lex Luthor. Para el villano, el ser humano ha de poder ser el dueño último de su destino, ha de poder salvarse a sí mismo y no ser salvado una y otra vez por un alienígena. Pues, al salvarnos continuamente, superman está limitando nuestra capacidad de aprendizaje, nos está haciendo todavía más débiles, de algún modo nos hace esclavos de su poder.

En el lado contrario, la visión positiva del héroe, sería la que tienen sus amigos con Lois Lane al frente. Según ellos, superman es infinitamente más poderoso que nosotros, con lo cual podría haber elegido dominarnos, crear un nuevo orden mundial y establecer una dictadura de carácter global, sin embargo, en palabras del propio Kal-el “¿Quién soy yo para tratar de imponer mis ideas a nadie?” De este modo, el héroe ha preferido estar entre nosotros con la apariencia del bonachón despistado Clark Kent, ha elegido protegernos en lugar de dominarnos y eso es porque ve lo mejor de nosotros mismos, porque nos ve como una especie que continúa evolucionando, como una raza que todavía está en desarrollo, que aun puede dar lo mejor de sí.

Porque esa es, en definitiva, la herramienta que Grant Morrison utiliza para acercar nuestra realidad a la de los superhéroes. El hecho de que existan cosas del nativo de kriptón que se puedan imitar, y no habla de poder volar o poder disponer de visión de rayos x, sino de poseer su capacidad para ver lo mejor de los seres humanos, para respetar las opiniones de los demás, para cultivar el deseo de ayudar a quien lo necesita, para luchar, para mejorar y para aprender de cada experiencia. En última instancia, para utilizar su situación de poder en pos de ayudar a los más débiles. Imagínense por un segundo que bonito lugar sería la tierra si nuestros políticos leyesen más cómics de Grant Morrison.

Pero, esencialmente, todas estas teorías conforman, a mi parecer, el fondo de “All star Superman”. En cuanto a la forma, nos encontramos con una aventura superheróica de corte clásico, con grandes batallas frente a monstruos enormes, con viajes a otros mundos (ese magnífico “antiverso” inspirado en las teorías científicas de la materia oscura) y con las dosis justas de romanticismo. Todo ello envuelto en el fabuloso dibujo de Frank Quitely con ese sentido suyo tan personal de la anatomía y el movimiento.

Lo cual viene, en definitiva, a conformar un cómic que funciona como mecanismo perfecto para activar nuevamente, y aunque sea por un instante, ese “sentido de la maravilla” que tuvimos cuando éramos niños, esa certeza luminosa de que, verdaderamente, podríamos ser superhéroes. Pero, sobre todo, esa sensación de que, en el fondo, es todo cuestión de ponerse manos a la obra.

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EL CAUTERIZADOR Un lobo con piel de cordero

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El médico y escritor ruso Antón Chéjov opinaba que los artistas y las personas cultas habían de ser sinceras, humildes, amables y cercanas. Alguien verdaderamente culto no podía ser un intelectualoide vanidoso que mira a lo demás por encima del hombro y que aprovecha cualquier reunión social para jactarse de todas las obras que ha leído y de cuantos conocimientos posee.

Por eso, pienso que los verdaderos artistas han de acercar su obra a las personas, con humildad y comunicándose de igual a igual, el creador ha de compartir su conocimiento con todo aquel que quiera acercarse a sus creaciones.

Esto es lo que hace que considere la novela gráfica “El Cauterizador” como una pequeña joya, una obra que posee ese espíritu de cercanía, el espíritu de las grandes obras de arte. Y es que, al igual que las mejores creaciones, la que nos ocupa también se presta a una doble lectura, es un lobo con piel de cordero.

En la forma, tenemos una historia de aventuras más o menos al uso. Un protagonista que tiene que superar una serie de pruebas y enfrentarse a pavorosas criaturas en lugares inhóspitos para alcanzar un destino final.

Sin embargo, en el fondo, la historia de Vicente Damián, es un profundo viaje a la psique humana, al origen mismo del trauma. En su esencia, la obra nos invita a reflexionar sobre el funcionamiento de nuestra mente y, sobretodo, nos muestra cual puede ser el germen de la enfermedad mental en el interior de una persona.

Lo que siempre me ha parecido grandioso de esta manera de enfrentar la creación artística es que, de este modo, el autor se abre al gran público, al envolver unas ideas complejas y reflexivas con el manto amable de una historia de aventuras hace que dichas ideas se hagan accesibles para un mayor número de lectores.

Además, “El Cauterizador” posee un guión fluido, con un ritmo perfecto y con la capacidad de atrapar rápidamente al lector. (Quizá ya desde el estupendo prologo de Beatriz Bernad) Sin embargo, a pesar de todo esto, pienso que el punto fuerte de la obra es el dibujo. Un laborioso dibujo de marcado tono realista, casi fotográfico por momentos, que sirve de contrapunto perfecto a los momentos más oníricos de la historia.

Todo lo dicho viene a dar forma a una muy recomendable novela gráfica que, en esencia, no es más que la expresión humilde cercana y sincera de un artista. Muy posiblemente, Chejov esbozaría una sonrisa cómplice al leerla.

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Podéis adquirir la obra en: https://libros.com/comprar/el-cauterizador/

Web del autor: https://vicentedamian.wordpress.com/

Motörhead “Overkill” -Así habló Lemmy Kilmister-

(GERMANY OUT) Rockband, GrossbritannienPhil "Philthy Animal" Taylor, Lemmy Kilminster und "Fast" Eddie Clarke in HamburgGanzkörperaufnahme (Photo by ABS/ullstein bild via Getty Images)

 

Según el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, el ser humano es un ser incompleto, es algo que ha de ser superado, un puente entre el hombre y el superhombre. Y este superhombre ha de ser un espécimen superior, un ser con su propia moral y su propia ética, creador de valores, libre y vital. Un individuo ajeno a la mentalidad de rebaño, a las tradiciones, creador de su propio destino.

Hay un tenso debate sobre el tema, pero muchos eruditos, incluyen en su listas de ejemplos de superhombres a lo largo de la historia a figuras tan dispares como; Jesucristo, Buda, Alejandro Magno, Gilgamesh, Napoleón, Aleister Crowley o incluso Hitler (incluir a este último me parece fruto de una interpretación errónea del corpus Nietzschiano). Pues bien, yo desde aquí digo a todos esos eruditos ¿Por qué no incluís en vuestra lista de seres evolucionados al inefable Lemmy Kilmister? Si, si, el líder de los Motörhead. Justo en este instante, cualquier intelectualoide que este leyendo este artículo  habrá arqueado las cejas y habrá dicho: “¡¿Un politoxicómano berreando delante de un micrófono es un superhombre de Nietzsche?! ¡Habrase he visto!”.

La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, entre una nube de humo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Uf! ¡Vaya viajecito!

Analizando esta frase del periodista gonzo Hunter S. Thompson puede que ya no veamos como algo tan descabellado el incluir al alma mater de los Motörhead en la lista de superhombres (nótese que , injustamente, no existe el término “Supermujer”, enorme defecto provocado por el machismo recalcitrante que se gastaba el bueno de Friedrich).

Nacido en 1945, Ian Fraser (Lemmy Kilmister para el mundo), cogió el testigo con arrolladora fuerza de una tradición de “alegres vividores” yanquis como Neal Cassidy, Ken Kesey, Patti Smith, el propio Hunter S. Thompson o el “chaman” Jim Morrison. Personas poseedoras de una arrolladora fuerza vital, de una rebeldía perenne, de una autenticidad incorruptible y, en muchos casos, de una marcada tendencia al exceso.

Lejos queda mi intención aquí de hacer una apología sobre las bondades de una vida de excesos desproporcionados, de hecho, pienso que siempre es necesario un equilibrio en la vida, equilibrio que, por otra parte, pondría Lemmy con su presencia en la lista de superhombres de Nietzsche, ya que, todos conocemos, por ejemplo, la tendencia a la castidad y al autocontrol de supuestos hombres superiores de la lista como Buda o Jesucristo.

Pero, sin duda, la mayor arma con la que Lemmy puede irrumpir en el selecto grupo del filósofo alemán, es la música de Motörhead; una suerte de taladradora surgida del averno, una tempestad eléctrica que invoca a nuestros instintos más primarios, indomable, rebelde y genuino rock and roll. Del cual su debut “Overkill” resulta un inmejorable ejemplo.

Desde el tema homónimo hasta el postrero “Limb for limb” la carta de presentación de Lemmy y sus compinches está atravesada por doce descargas que conforman una majestuosa e iracunda combinación entre las liturgias eléctricas del protopunk (Stooges y Mc5), el discurso monolítico y opresivo del primer heavy (Black Sabbath o Blue Cheer) y, en ocasiones, de la épica mística de los héroes del primer hard rock (Led Zeppelin o The Who), un fulgor eléctrico sin medida capitaneado por la voz rota del icónico e irrepetible Lemmy Kilmister.

Una figura que, a pesar de sus irremediables defectos, (algo innato en todo ser humano) y, lo incluyamos o no en la dichosa lista de superhombres, nos puede enseñar que, en ocasiones, la situación requiere que enfrentemos nuestra existencia con fuerza, con energía y con una determinación inquebrantable y que, un espíritu curioso, rebelde y, a veces algo macarra, no tiene porque ser algo que quede atrapado para siempre en la adolescencia.

 

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De gallegos, tucanes y trabajadores sociales -Aceptando la diferencia-

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Es bien sabido que, en ocasiones, las historias que nos llegan, con las que conectamos, son las historias sencillas y sin artificios. Como una anécdota divertida que te cuenta un amigo cerveza en mano.

Y es que, esa sencillez espontánea, es la mayor baza de esta novela de Alejandro Rodríguez Robledillo. Un texto con un lenguaje directo y ameno que nos engancha a las primeras de cambio.

La historia de un trabajador social destinado a lo más profundo de la sierra Lucense que encuentra allí a unos lugareños variopintos, a unas personas con costumbres y ritmos de vida antagónicos al suyo, evoca de primeras, a la estupenda serie Doctor en Alaska. Pero, conforme van pasando las páginas, también podemos encontrar ecos del cine de Berlanga o incluso del realismo mágico, referentes todos ellos que, sabiamente conjugados, dan forma a una voz propia.

La obra transcurre sin que el autor se moleste en precisar claramente un principio, un nudo y un desenlace, cosa que tampoco le hace falta, pues el texto funciona muy bien como anecdotario, como una sucesión de experiencias enlazadas.

En el libro, podemos también observar claramente como Alejandro Rodríguez declara sin tapujos un amor incondicional por la profesión que ejerce, la de trabajador social. Esa suerte de superhéroe o superheroína de barrio que, con humildad, esfuerzo, profesionalidad y muucha paciencia intenta, en la medida de lo posible, hacer la vida más llevadera a todo aquel que lo necesite.

Por último, en lo personal, lo mejor de la novela, lo que hace interesante el que todo el mundo se acerque a ella. Es que, a lo largo de sus páginas, nos encontramos con una aceptación de la diferencia, con una normalización de lo “extravagante”. Pues el glosario de personajes variopintos que vemos desfilar a lo largo y ancho de la obra nos recuerda una vez más que, no existe una forma de ser estándar, no existe una definición clara de lo “normal” en la que se deba introducir a la fuerza a toda la sociedad.

Si, a todo lo dicho, le unimos el protagonismo de la montaña lucense (casi un personaje más) y la definición y uso de la “retranca” gallega (esa fina ironía que se gastan por aquellas tierras) pues tenemos una sencilla, bonita y divertida historia más en la que sumergirnos.

Alejandro Rodríguez /

THE MINDSCAPE OF ALAN MOORE «La magía del arte, el arte de la magía»

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A mi modo de entender, todo aquel que se acerque a este documental sobre la figura del que posiblemente sea el mejor guionista de comics de todos los tiempos debe comprender primero que, en líneas generales, existen dos tipos de artistas, los que se mantienen separados de su obra y los que se convierten en parte de la misma.

Sin duda Alan Moore pertenece al segundo grupo. Por su aspecto, su forma de hablar y sus sorprendentes teorías sobre el universo el de Northampton bien podría ser un personaje más de muchas de sus novelas gráficas.

Por eso, cuando visionemos el documental, en lugar de pensar que estamos asistiendo a un producto más para extender el ego de Alan Moore hasta el infinito, quizá deberíamos pensar más bien que estamos ante la disertación filosófica y mística de un personaje de un comic del propio Alan Moore. Y menudo personaje.

Según el tópico de las sociedades occidentales, cuando los hombres cumplimos cuarenta años tenemos varias opciones: comprarnos una moto, cambiar de look o echar una canita al aire, entre otras. Pero Alan Moore, como buen outsider vocacional, juega en otra liga. Por su cuarenta cumpleaños, el barbudo reunió a sus amigos y familiares y les dijo que iba a convertirse en mago, pero no un mago de chistera y barita, sino en todo un alquimista, ahí es nada.

Aunque parezca la excentricidad de un artista. Esto queda explicado por nuestro protagonista en la segunda mitad del documental. En la primera todo transcurre bajo una aparente normalidad, el guionista nos habla sobre su infancia y sobre parte del proceso creativo de sus obras más emblemáticas (Watchmen, V de Vendetta, La cosa del Pantano, From Hell y Lost Girls) y lo hace de un modo ameno e interesante a pesar de su voz aletargada.

Pero, en la segunda mitad del film, barra libre. El escritor se convierte en personaje, el paisaje mental de Alan Moore se abre ante nosotros, y en sus recovecos hallamos que es para el escritor la magia y porque se considera a sí mismo como un mago y un chaman.

Según lo expuesto en el documental, el origen de la palabra magia está relacionado con el de arte, las artes son magia, la escritura, la pintura o la música son magia, y lo son porque pueden alterar la conciencia del espectador, de hecho han de ser creadas para eso. La verdadera obra de arte ha de conectar con el espectador, ha de encender una chispa en su interior, hacerle cambiar su visión del mundo, aumentar su conciencia, en definitiva, volverle más sabio. La magia, al igual que el arte utiliza símbolos o arquetipos para reflejar ideales, versiones mejoradas de nosotros mismos hacía las que tratar de llegar, versiones que quizá nunca alcancemos, pero que el solo hecho de intentarlo ya nos vuelve mejores.

Una teoría que, depende de cómo se analice, tiene su lógica. El hecho de que alguien cree una obra de arte en un rincón del planeta y dicha obra influya profundamente a otra persona en la otra punta del planeta, bien podría ser considerado como un acto de magia.

Según transcurre esta segunda mitad del documental también encontramos interesantes reflexiones sobre la cábala o el tarot (Moore no lo considera un oráculo sino una especie de mapa de las emociones humanas) sobre las sociedades primitivas o sobre el estado actual de la sociedad.

Todo ello viene a conformar un interesante film con pocos aspectos negativos, tal vez el uso recurrente de algunas imágenes, unos actores algo hieráticos o una escenificación de “V de Vendetta” que resulta mejorable.

Por último y siempre desde una óptica muy personal, considero que en sus teorías, a veces el bueno de Moore se muestra un poco grandilocuente de más y peligrosamente cercano a la figura del gurú cantamañanas tipo Sandro Rey, pero imagino que eso será cosa del personaje del comic de Alan Moore en el que Alan Moore se ha convertido.

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DAVID BOWIE «The man who sold the world» La primera mutación

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Bowie lo sabía. No podemos ser siempre bondadosos, ni siempre malvados, no podemos estar siempre alegres, ni siempre tristes, no podemos ser siempre fuertes, ni siempre débiles. Somos actores en el gran teatro de la vida, por eso hemos de fluir y adaptarnos a las mil y una situaciones, a los mil y un giros que nos va a dar la vida.

Por este motivo, en contra de la opinión general, considero este “The man who sold the worl” como el primer gran disco del duque blanco. Porque en él, Bowie crea su primer personaje, su primera mutación. Solo hay observar la portada para darse cuenta de que ese hombre con vestido de mujer tirado en un sofá es la primera creación de un actor. Un artista bohemio y ambiguo que quiere vender el mundo, quemarlo quizá, en pos de exprimir cada segundo de su corta existencia.

Tras dos primeros discos un tanto irregulares (a pesar de que el segundo albergaba la soberbia “Space oddity”) en esta tercera obra Bowie empieza a buscar su camino usando como vehículo expresivo el hard rock, pero no un hard rock cualquiera, sino un hard rock al estilo Bowie. O sea, potente pero melódico, directo pero épico, clásico pero rematadamente atemporal.

Abren fuego los 8 minutos de “The width of a circle”, un magnifico ejercicio de rock progresivo poseído por el pop. “All the madmen” tiene su mejor baza en un gran estribillo in-crescendo. Después el rock vacilón de “Black country rock” da paso al Bowie más oscuro y misterioso en “After all”.

Conforme avanzan los minutos el nivel del lp se mantiene, prueba de ello son perlas como “Saviour machine” o la fiera “She shook me cold”. Pero lo mejor queda para el final, porque a la tribal “Supermen” le antecede el segundo gran himno de la carrera del músico, el tema que da nombre al disco. Una canción verdaderamente redonda, de tintes psicodélicos y poseedora de un riff de guitarra inicial que ya está inscrito en la leyenda.

Luego vendrían el mesías espacial Ziggy Stardust, el hedonista de “Hunky dory”, el existencialista de “Low”, el investigador errante de “Outside” o el enfermo que mira cara a cara a la muerte de “Black star”, por citar solo unos ejemplos.

Pero aquí, en este “The man who sold the world”, asistimos ya a la primera mutación, del que quizá sea el mayor mutante que ha dado la historia del rock.

EARTH «Primitive and deadly» -Una expresión libre y espontánea-

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A mi modesto entender, si desnudamos un concepto tan manido como “arte” de cualquier artificio. Tal vez lleguemos a la conclusión de que, el acto de crear “arte” no es más que la expresión, por parte de un “artista”, de un modo espontaneo y libre, de sus emociones, de sus ideas y de su modo de ver y entender la vida.

Quizá sea por esto que, este tipo de expresiones sin ataduras sean tan radicalmente personales que, o te gustan o las detestas.

Pienso que este bien podría ser el caso de los Earth, vehículo expresivo personal e intransferible de Dylan Carlson. Y es que, cuando este señor lanza sus monolíticos riffs de guitarra al ancho cielo, al oyente solo le quedan dos opciones; o quedar hipnotizado por sus alucinógenos mantras eléctricos o aburrirse como una ostra ante sus obsesivas repeticiones de una misma nota. Obviamente, si me encuentro ahora mismo escribiendo estas líneas, es porque pertenezco al primer grupo.

En esencia, lo que esta “expresión libre y espontanea” ofrece al oyente es un rock psicodélico, robusto, primario y envolvente que evoca espacios abiertos, desolados desiertos envueltos por inabarcables cielos donde formas y colores se funden sin cesar.

Un rock anárquico y libre que igual nos lleva a un oscuro ritual de iniciación que nos transporta a un viaje fuera del sistema solar. Casi nada.

Para este “Primitive and deadly” (su octavo álbum de estudio) Carlson decide volver parcialmente a sus raíces mas rockeras, tras sacarse de la manga esa especie de jazz-drone-stoner que pueblan sus dos trabajos anteriores (“The bees made honey in the lion’s skull” y “Angels of darkness Demons of light”).

Aquí y ahora sus canciones vuelven a estar arropadas por esos potentes riffs de guitarra más grandes que la vida que solo este nativo de Seattle sabe hacer. Para tan magno acontecimiento, la nueva encarnación de Earth cuenta con notables invitados como Mark Lanegan, que pone su voz grave a dos de los mejores temas del disco (“There is a serpent coming” y “Rooks acroos the gates”), Rabia Shaheen Qazi de los Rose Windows que hace lo propio con el tema “From de zodiacal light” o Bill Herzog, de los Sunn O))), que secunda con su bajo más oscuro que el averno los bucles sonoros de Carlson.

El resultado es un disco compacto como una roca que, sin dejar de ser absolutamente personal, se acerca algo más al gran público. Las voces humanas juegan un papel importante en ello (Desde 1996 no cantaba nadie en la banda). A muchos les sorprenderá la interpretación de Lanegan que se quita la piel de crooner a la que nos tiene acostumbrados últimamente y se enfunda la de un profeta apocalíptico que, por momentos, evoca al mismísimo Jim Morrison.

En cuanto a los temas instrumentales, cabe destacar sobretodo, ese inicio épico de “Torn by the fox of the crescent moon”, stoner elevado al cubo no apto para neófitos.

Para finalizar, tampoco se puede ignorar una grandiosa portada que hace que valga la pena pillarse el lp en vinilo. Una portada que termina de completar el círculo, de dar imagen a esta “expresión libre y espontanea” que me atrevo a calificar como, una obra de arte.

Dylan Carlson

 

Paw «Dragline» -La pasión es original-

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Descubrir a un grupo como Paw en pleno 2016 es una gozada para todos aquellos que quedamos atrapados por el viejo rock and roll allá por la década de los noventa.
Escuchando este “Dragline (1993)”, resulta obvio que la banda no invento el motor de combustión. Su sonido se mueve por lugares comunes a muchas formaciones de principios de la última década del siglo pasado. A saber: riffs robustos estilo Sabbath, arrebatos punkarras e interludios acústicos, todo ello aderezado con la voz de Mark Hennesy el cual igual te susurra al oído que te grita como un poseso. En fin, Grunge de manual.
De todas formas, las virtudes de Paw no solo se basan en apelar a la nostalgia de cuarentones en ciernes como un servidor. El aire sureño y los toques de hard rock setentero que recorren muchos de los temas del álbum le otorgan cierta personalidad al grupo, eso sin contar con un buen arsenal de canciones notables como la potente “Gasoline”, la pegadiza “Jessie”, la épica “Lolita” o esa desgarradora orgia eléctrica final que es “Hard pig”.
Es cierto que estos chavales, no son originales, pero parecen tocar con pasión. ¿Hay algo más original que la pasión en los tiempos que corren?
En definitiva, que, a veces, es bueno no darle tantas vueltas al tarro (“que si esto es innovador” “que si este grupo suena igual que este otro”) y recordar las palabras de Mick Jagger: “Lo sé, es solo rock and roll, pero me gusta”

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¿Escucháis eso? Es vuestra vieja camisa de cuadros que está saliendo sola del armario.

WAVVES X CLOUD NOTHINGS “No life for me” Menos, casi siempre, es más

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A mi modesto parecer, todo aquel que disfrute con el viejo y machacado rock and roll, apreciara las uniones imposibles, los discos compartidos o las megabandas. Este estilo musical este lleno de colaboraciones estelares y discos mano a mano.

Personalmente, creo que hay mucho de disfrutable en estas reuniones; la espontaneidad, la ausencia de presión e incluso la lucha de egos. Ingredientes que, de uno u otro modo, pueblan este “No life for me”.

De un lado tenemos a los Wavves; refrescante combo de punk lo-fi de aires surferos y del otro a los Cloud Nothings; grupo que en sí mismo sería un manual de cómo hacer rock alternativo en pleno siglo XXI, porque los chicos de Dylan Baldi, indudablemente, tienen en mente a formaciones como Nirvana o Smashing Pumpkins, pero tampoco olvidan lo que le ha pasado al rock and roll desde que el bueno de Cobain decidió acabar con su vida, de este modo, bandas como Radiohead, Arcade Fire o Artic Monkeys también están en su paleta de colores musical.

Pues bien, este matrimonio ha engendrado un salvaje a la par que dulce retoño. Como es obvio, “No life for me” no ha llegado hasta nosotros para reinventar el rock, pero tampoco le hace falta. La grandeza de esta grabación está en su descarada falta de pretensiones.

9 temas en 21 minutos,  y hay tiempo para casi todo, para piezas instrumentales (Untitled I y II), grunge anfetamínico (How it’s gonna go y Hard to find), pop destartalado (Such a drag), himnos instantáneos (Nervous) o píldoras punk con las que amenizar una comida en familia (No life for me).

En definitiva, un equilibrio perfecto entre el drama y la rabia de los Cloud Nothings y el buenrollismo surfero de los Wavves. Rock an roll by te face para pegarte un bailoteo mientras tiendes la ropa (siempre acabo hablando de mi) y recordar que, la mayoría de las veces, menos es mas.

Watchmen

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Hasta donde podemos discernir el único propósito de ser humano es encender una luz en la oscuridad de la existencia (Carl Gustav Jung)

Puede sonar a tópico, pero en mi opinión Watchmen es uno de los mejores comics de la historia. Considerado por muchos como “El Ciudadano Kane de los comics”, esta novela gráfica es una autentica obra de arte capaz de entretener, de emocionar y de encender minúsculas llamas en nuestro cerebro que nos hagan plantearnos muchas de las cosas que damos por sentadas.

Escrita por el visionario Alan Moore y dibujada con un tono entre realista y onírico por Dave Gibbons, la obra trata con suma lucidez temas como el control social, la moral, los absolutismos, la anarquía, el espacio, el tiempo, el bien, el mal, la vida… Todo ello construido como una historia coral y con un pulso narrativo tan preciso como el mecanismo de un reloj.
Muy básicamente, se podría decir que el argumento de Watchmen nos narra la historia de un grupo de superhéroes retirados y sus dudas morales y existenciales en un mundo al borde la tercera guerra mundial. Hasta aquí todo relativamente normal, pero nada es lo que parece.

Para empezar, el perfil psicológico que Alan Moore da de los superhéroes es el más realista visto jamás. Si alguna vez existiesen los héroes disfrazados en la vida real, estos habrían de enfrentarse a los mismos problemas y a las mismas dudas que los personajes del comic.

Sin dejar de lado la influencia capital que esta novela gráfica ha tenido en el mundo del comic, como por ejemplo el hecho de construir la narración como una meta-ficción con cientos de historias mezclándose y bifurcándose hasta formar un gran cuerpo en el que todo encaja, o el uso cine-matico que Dave Gibbons otorga a sus ilustraciones, a la altura de autores como Stanley Kubrick o David Lynch. Lo que más me ha interesado de esta obra es la disección que en ella se hace de la condición humana, de sus miedos, de sus mitos, de lo que le impulsa a vivir.

Cada personaje, cada superhéroe bien podría ser una pequeña parte de nuestro yo;  la voluntad indestructible de Rorschach, la megalomanía de Veidt, el desapego del Dr. Manhattan, todos y cada uno de los seres que deambulan por las viñetas de Watchmen tienen algo de nosotros mismos.

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